2014年5月18日日曜日


21 de Enero de 1892

La doncella que deseaba nunca despertar, y los dos mil ciento tres amaneceres.



Lo cierto era solo un escaso reflejo de lo correcto, caminando minutos y años hacia un ideal en desgracia, costaba incluso desfallecer. Pero en lo alto de la torre encadenada al bullicio terrenal, vivía la mujer dueña del astro sol, quien reflejaba en su existencia la mas radiante y enternecedora melodía, un epitafio de redención. ¿Podría perdonarme incluso a mi misma?
Y ella me encantaba, me encantaba con su simple existencia, tanto que pronto se convirtió en el pensamiento primo ante la incertidumbre del tiempo y el despertar de la adoración.

Porque describir sus ojos, era describir al universo, palabras mortales, perdidas e insuficientes no bastarían jamás. Su belleza humana maravillaba excelso mi ser, y su nombre era apenas comparable a la  más hermosa y genial manifestación de sonidos, una sinfonía incompleta que fue olvidada en su apenas primer despertar - ¿Quién osa subyugar mi sueño? - Exclamaba al ser invocado el acorde menor de la quinta jerarquía tonal que albergaba en las silabas del nombre que le fue dado. - Nadie, aquí no existe nadie - Respondió en sincopia el eco de una voz desconocida y desconsolada.

Porque para hablar con ella había que adorar el silencio, para entenderla, amar el olvido. Su corazón se encontraba sumido en un profundo sueño, donde su alma y pensamiento fue llevado incluso a otro mundo alterno, tan lejos de mi, tan lejos que sentía morir. Y así pasaban mil aves pasajeras ante mis ojos, robando y otorgando sentimientos, algunos de ellos inclusive a la más pequeña y noble de ellas regale. Había sido mancillada por la fugaz melancolía que inspiraba, y anestesiada durmió así por fin con ella mi razón.

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