Pero sin embargo y ante todo, debo darme cuenta, de que nada abastece tanto mi sentir como lo has hecho tú siempre. De una razón más tangible de la que llevase a cualquier ser humano a permanecer absuelto en los días y el bienestar que les infunde la profecía apresurada del futuro. Estar rodeado a sí mismo, de mentes cabalmente ignorantes de aquel idioma confeccionado para amedrentar la pasión y el sentir que la humanidad ha expresado durante años, incluso revocando a su propio nacimiento. Esa liturgia que otorga redención y educación a aquellos que aparentemente lo tienen todo o quienes no poseen nada, esa madre que no juzga jamás a quién la adora y procura.
En palabras más sensibles y menos elaboradas, confesar ante la inmesurada conmoción que me exprime el alma que te he extraño y deseado siempre, como a nadie y como a nada. Con lagrimas y sollozos, desprecios y agonías, pero más que nada, paz y pasión inherente. Nadie me conmueve tanto como tú, ni tampoco nadie me hace cuestionar de esta forma mi posición en este mundo.
¿Podría yo vivir ignorando este amor que me palpita con tanta fuerza? ¿traicionar a mi propio espíritu en el olvido evocado en tu solo nombre eminente?, o aceptar por fin que sin ti mi vida pierde su gracia, brillo y sensatez, y se convierte tristemente en nada especial.
Y Orfeo decía: ‘‘¿Que hare sin Euridice? ¿A dónde iré sin mi amor?’’
Lo mismo me pregunto de ti, suplicando a Dios que no te aparte de mi nunca, como último deseo incluso lo ruego e imploro, apiádate de esta alma de quien su único vinculo a la eternidad eres tú, el único y más hermoso recuerdo de dicha, el énfasis de una muerte prematura y el renacimiento del ser; Lo más cercano a la divinidad y a un dios piadoso.
Permíteme vivir con este recuerdo hermoso que es tu voz, tu enseñanza, tu trascendencia que se quedo plasmada profundamente en mi y en el mismo universo. Y aún también egoísta y vehementemente, deseo con tanto ímpetu ser yo quien trascienda en ti, no morir en tu olvido ni en la ingratitud, tampoco desfallecer en la demencia incierta que eso conlleva, ser reconocido por un instante en tus ojos, dulces e inmortales, secuéstrame una vez más y no me dejes libre nunca de tu encanto, porque ese día que tu canto no me alcance más y tu mirada me rechace, decaerá en mi todo fragmento de virtud y esperanza; Me habré convertido así, en un desdichado más que adolece el error de jamás haber conocido en su vida, la bendición del arte.
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