‘‘ The lady with the sun behind her head ’’
‘‘Estaba tan deslumbrada por la inmensa voz que exhalaba el futuro, que jamás me percate del tenue resplandor que desprendía el presente.’’
‘‘Quiero morir’’ -susurro su marchita voz al viento con cadencia en el compás de sus suspiros, como si no quisiera ser escuchada nunca, como si lo único que su voz buscara fuera lanzar esas palabras muy lejos y que no volvieran más a sucumbir en su cabeza, redención, lo que ella buscaba se nombraba redención.
Pero, ¿anhelaba tanto el olvido?; cubrió sus oídos con intensidad, apretando aún más sus agrietadas manos que envolvían sus cabellos azabaches, en ese momento, se arrodilló. El silencio taladraba su cabeza como un sin fin de devastación impura y magistralmente decadente, compuesta para ella en intrincadas sinfonías, perturbando cada esencia en sí, cada pulso y emoción que recorría su cuerpo, mente y ser. Y ahí estaba sin más, llorosos sus oscuros ojos, luceros color penumbra como el cielo nocturno que la acogía, se inundaban tenuemente en el sollozo que absorbía su dolencia eterna, -‘‘no hay futuro’’- resonaba en su mente -‘‘no existe más’’- Y con estos pensamientos el eslabón que la mantenía atada a la realidad crudamente se rompió, cayó en abismal terror, fracturando cada parte de su estigma, al igual que su maltratado cuerpo marchito en dolor insoportable.
Pero esto a ella poco le importo, no era la primera vez que sentía este dolor tan agudo recorriendo centímetro a centímetro su existencia corpórea, ya no importaba desangrarse o romperse mil veces, porque eso no se comparaba nunca con el dolor que causaba la pérdida del ser y de quien más amo en la vida, no se compara nunca con el vacio penumbral inundando sus memorias, su sentir, su intoxicada mente y su mascullado espíritu, segura estaba que no habría jamás comparación alguna, y quien se atreviera tan siquiera a dudarlo irradiaba ignorancia o locura ingenua, ella lo sabía bien, el tiempo curaba siempre cada herida, mínima, invisible e irreversible, pero a su alma maldita y ciega, nadie la curaría jamás, ni siquiera el mismo Dios, ya que él y a su pesar, también la había abandonado en el olvido.
Y vertido en una encrucijada de solemnidad el cielo nublo su decadencia, por un momento, el eco del silencio se corrompió -¿quieres morir? - Dijo el ingrato demonio andante. Ella abrió sus ojos con desesperación, despertó de golpe del umbral en que su mente se encontraba, levanto la mirada buscando su canto demencial, buscando aquel réquiem inconcluso resonante en sus palabras, y ahí lo encontró consternada en el crepúsculo sensorial, encontró de nuevo frente a los ojos dorados de aquel ser falsa solemnidad, indiferente, perturbada y descuidada. -Si quieres morir, ¿por qué no lo haces? - fue el tono serio y despreocupado en su voz quien hizo recorrer en su cabeza dudosa redención, furia calcinante, la más vertiente tristeza tornasol.
‘‘No puedo morir, Dios castigo mi pecado con la ingrata inmortalidad, no importa cuántas veces corrompa este cuerpo, cuantas veces lo desangre o lo quebrante hasta extinguir, nadie escuchara los gritos sordos, nadie entenderá, volveré a despertar al poco tiempo de mi desfallecido silencio, volveré a ver la misma decadencia infame, el mismo cielo ingrato que deje. No podré alcanzarla nunca, no importa si imploro a un ser efímero, eterno o infernal que me lleve a su lado, no podré morir, y es precisamente eso, lo que tanto me atormenta.’’
Pero yo... joven, ingenua y cauta, vivía tan deslumbrada por la inmensa voz que exhalaba el futuro...
Diciembre 13, 1892
Diciembre 13, 1892
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