La muchacha pasajera buscaba solo un deseo a cumplir: dejar volar libre al avecilla encarcelada. ¿Por qué? ni ella misma sabia. El templete de sus pensamientos oscilaba en lo alto del unisono sempiterno, escuchaba la armonía del Re menor inconcluso en el canto encarcelado de aquella ave, rezos y alabanzas, suplicas de piedad y olvido mismo a la vida. La muchacha de ojos cansados mostraba raspaduras por todos lados, había viajado tanto tiempo que al escuchar cantar a la esperanza en la voz de aquella ave se pregunto a si misma:
"Juste un mensonge."
"¿Nombre? no tengo tal cosa, soy un ave, un ave como cualquiera, un poco mal diseñada e incompleta, sin nada en especial" Respondió el avecilla.
"¿Sera que subestimarse a una misma es más doloroso que ser subestimada por alguien más? ...No lo sé, pero creo que puedo ver un compás más allá, porque para mi, tú eres única en mil mundos, tu ser ha tocado con amabilidad mi tan dañada humanidad, tu canto me deslumbra en mi vació y me habla de tiempo mejores que vendrán, estoy segura que has sido bendecida con un don divino... un don celestial."
El avecilla no entendió las palabras que le fueron dichas a primera instancia, pero podía distinguir un dulce y nuevo sentir. "Desde hoy te llamaré "Aloysia", ¿te gusta?" El avecilla sintió un calor unico recorrer su cuerpo, dejo de ser anónima, dejo de ser una más, había encontrado después de tanto tiempo, una amiga, un lugar.
"Un pléonasme."
"J'ai le coeur qui syncope."
"Quiero quedarme aquí, me gustan los colores desteñidos y vivos que emana el cielo al decaer, me gusta tu voz ausente que ha dejado de buscarme desde hace tanto tiempo... ¿Podrías dejarme aquí? Olvidar que te necesito, sin culpa ni suplicio, no habrá resentimiento."
La fe que había sido mascullada tanto tiempo, se rompía cada día ante su subversivo y naciente ser, "Aloysia" entendía que nadie vendría a salvarla, que ella se tenia que salvar a si misma si quería su objetivo cumplir, sin embargo estaba débil, incapaz, no podría hacer mucho en su desdichado estado. Un día más el avecilla le hablo al cielo: "Querido "dios", nadie realmente me amo nunca, ¿verdad?, no a mi, no a "esto" que soy, solo a lo que les he dado con mi sumisión y mis sonrisas." Entre los resquicios de su mente recordó su nacimiento, libre de ataduras, cuando el cielo era basto y sin final, cuando existía la sorpresa que aguarda el futuro, y no había preocupación de fingir nada, en un arrebato ella misma le hablo a su recuerdo: