Prólogo.
[inconcluso]
Si tu Dios me concediera luminiscencia en mis palabras y en mis memorias, ¿podría yo expresarte el gran pesar que me destruye el alma?
‘‘Y creímos que reinaba Júpiter en el cielo al oírle tronar.’’
En tormentoso sollozo el mundo se disolvió en silencio absoluto, ya no había cantos ni alabanza, ya no existia más el perdón ni tampoco los escasos resquicios de esperanza, sólo sobrevivió el intransigente lamento de aquel niño, un lamento que resonaba y marcaba el vació infructuoso del pasado, del presente y del futuro de la humanidad y sus naciones.
Porque una vez quebrantado el mismo ser de su insostenible existencia, murió la benevolencia en su voz y la inocencia que colmaba su niñez, así murió, de la misma forma que muere el manto nocturno al alba; sin preguntar, sin luto y duelo. Fue entonces, en aquel momento, cuando se desato el infierno mismo en mi y en la realidad de este universo; una guerra absurda e interminable.
Aquel niño que en su pureza e ingenuidad infante soñó con algún día poder calmar el dolor que ahogaba al mundo misero y la triste humanidad, él, quien nació bendecido con la más hermosa luna postrada en sus cenizos ojos, con la más dulce templanza del ser, él, quien añoro tanto la grandeza y la belleza del alma como nadie o nada, se desfalleció un día en el olvido al igual que mi propia anima. Lo vi caer del cielo como un ángel ante mi mirada, muerto al ocaso; él dejo de existir. Porque al igual que aquellos que soñaban y lucharon con tanto ímpetu convertirse en reyes de este infierno, la luz en sus ojos se apago antes de tiempo; se fragmento su alma y colapso el universo. Y no importo para nadie, porque incluso nadie lo noto, su sacrificio, su amor por la ingrata patria.
Y junto a él pereció el mundo incrédulo y puro, la misma muerte y la guerra sin sentido, junto a él pereció mi sol, mi luna y mis latidos.
-Demian
[fragmento]